En este segundo post hablaremos
sobre los Fumadores de Opio. En Bajo el
cielo de Meerut, Abel Henwick, tío de Vera, es un asiduo cliente del The Goulden House. En la época
victoriana, pese a su encorsetada moral, estaba muy extendida la cultura del
opio. Numerosos personajes, ficticios y reales, lo consumían de diferentes
maneras, considerándose “una droga social”. Pero no tanto los lugares donde se
tomaba, ya que en la mayoría de ellos se practicaba la prostitución. Los ingleses como muchos de los
europeos vieron en el negocio del opio un beneficio económico que propició las
exportaciones y consumo de la droga. Incluso desde China se envió una carta a
la reina Victoria contándole los peligros de tal consumo. Los chinos le pedían
que cortara dichas producciones y acabase con las exportaciones. No cabe decir
que la reina hizo oídos sordos a tal petición ante una cuestión económica que
movía cantidades ingentes de dinero. Tan solo ocasionó un enfrentamiento mayor
entre ambas naciones y como consecuencia una guerra. De todos modos, el consumo
estaba tan aceptado, que incluso en la botica real se suministraba la droga sin
ningún tipo de restricción.
En Inglaterra,
los escritores fueron grandes consumidores, muchos en la versión más
extendida y medicinal que era el láudano. Se trataba de una tintura alcohólica
de opio. Entre sus ingredientes se encontraban, además de dicha sustancia:
vino blanco, azafrán, clavo y canela. En su origen se utilizaba para calmar
cualquier tipo de dolor. El autor de Sherlock Holmes, sir Conan Doyle narró de forma detallada qué encontrarías en un fumadero de opio en su novela El hombre del labio retorcido. El narrador no es otro que el doctor
Watson: «A través de la penumbra se
podían distinguir a duras penas numerosos cuerpos, tumbados en posturas
extrañas y fantásticas, con los hombros encorvados, las rodillas dobladas, las
cabezas echadas hacia atrás y el mentón apuntando hacia arriba; de vez en
cuando, un ojo oscuro y sin brillo se fijaba en el recién llegado».
No fue el único escritor del que
se cree que tomaba láudano y como resultado de su adición escribiera grandes
obras literarias. También se sospecha que el escritor Lewis Carroll, autor de Alicia en el País de las Maravillas
pudiera tomar dicha sustancia. El
escritor sufría graves dolores de cabeza y para contrarrestarlos quizá bebiese láudano, ya que era un medicamento normalizado en la época y totalmente legal.
Si se ingería en grandes dosis causaba efectos psicotrópicos. Algunos estudiosos
de la obra de Carroll han sugerido que en algunos pasajes de la misma, el autor
hace referencia a posibles sustancias psicodélicas. Así que barajan la
posibilidad que el escritor inglés hubiera escrito Alicia bajo los efectos de dichas drogas. Aunque también hay quien
sostiene que nada de eso es cierto y que Carroll tenía una prodigiosa imaginación.
Para la época victoriana el
problema no era que producto se consumía, sino cómo se consumía. La toma
ingerida de láudano estaba legalmente aceptada, mientras que la forma oriental
de fumar el opio se relacionaba con el vicio y la degradación. La primera manera de consumición era propia de las clases burguesas y altas, la
segunda, se relacionaba más con las clases pobres y marginadas. Por aquel
entonces un consumidor de opio no era considerado peor que un borracho y en
contadas ocasiones tenían problemas con la policía.