lunes, 5 de marzo de 2012

LA CENA





Ahora vivimos en una villa perdida en el campo y pasaremos nuestra primera Nochevieja juntos. Ali es partidaria de invitar a la familia en cambio yo prefiero omitir su presencia. Aunque hemos llegado a un acuerdo e invitamos a su hermana. La esperamos para cenar, me sentía  algo nervioso por conocer a mi cuñada. Ali decía de ella que era una mujer muy ocupada, trabajadora incansable que lo mismo organizaba un sarao que una reunión política. El timbre anunció su llegada. Aunque, añadió a la descripción que le gustaba vestir de etiqueta cuando la ocasión lo requería y según Ali aquella noche lo era. Ali era mi vida y no me importaba su minusvalía, pero no compartía ciertas opiniones, así que a pesar de querer complacerla en todo, recibí a mi cuñada con unos vaqueros desgastados, una camisa que había tenido mejores momentos y una barba de tres días.
—Hola, cuñado  —dijo cuando abrí la puerta y, sin mayor presentación alzó una de sus cejas antes de añadir—: ¿Aún no te has vestido? 
No repliqué y mi cuñada aguantó con estoicismo mi falta de protocolo, notaba que mi actitud la había irritado. Ella apareció envuelta en un traje de lentejuelas que me deslumbró lo suficiente para necesitar gafas de sol y unos enormes zapatos de tacón. Me mostró una botella de cava y entró sin que me diera tiempo a retirarme de la puerta.
—Has llegado temprano.
Mi cuañada me miró con desgana y colocó una pose de diva a lo Gilda antes de contestar:
—No he llegado temprano tan solo puntual. 
No quise entablar una pelea didáctica sobre su puntualidad o la falta de ella y llamé a Ali.
—¡Ali! —vociferé—. ¡Tu hermana está aquí!
Ali salió aprisa de la habitación y se abrazó a su hermana. Ambas empezaron a hablar y por extraño que parezca mi cuñada no necesitaba gritar para que Ali la entendiera.