viernes, 9 de marzo de 2012

SORTILEGIO

Ilustración de Victoria Frances

El sol iluminaba la torre de homenaje y el resultado era un magnífico contraste ente la piedra y el cielo. Mi trabajo de restauración había concluido y sentía la necesidad de ver el esfuerzo realizado durante dos años. En la antigüedad el castillo fue sitiado por los árabes, conquistado por los cristianos, levantado con dinero judío, derruido por el ejército francés y escondite de comunistas durante el régimen y, ahora, lucía un nuevo aspecto. Restaurados sus jardines mostraban a la vida de nuevo germinar. Caminar entre sus árboles y arbustos hacían que recibiera la calma que algunos días necesitaba. Esa tarde el cielo amenazaba lluvia, las nubes tormentosas dejarían sobre la tierra un agua torrencial, solo comparable con las lágrimas desconsoladas de una amante vengativa. 
Mis ojos se posaron en una de las ventana de la torre, entonces, vi una imagen como la de un espectro. Durante un segundo, mi mirada quedó capturada por la suya y su sonrisa fue el mayor de los hechizos. Sí alguna vez se embrujó a alguien,  esa tarde gris fue el momento y yo el hombre. Parpadeé para liberarme de la seducción de su magnetismo, no obstante, mi curiosidad era demasiado grande para abandonar la idea de no encontrarla. Miré el reloj, a esas horas nadie salvo yo debía encontrarse en aquel lugar y, menos aún, en el interior. Quizá solo fuera una ilusión pasajera por la evocación de tiempos anteriores. Mi mente intentaba explicar de una manera razonable la aparición. De todos modos, por cobardía no quise averiguarlo, el miedo a la decepción de descubrir que no era más que mi imaginación me obligó a dar la espalda a mi visión y alejarme de aquel lugar con la lluvia como respuesta. Nunca volví a ver a esa mujer que desde la torre de homenaje de un castillo,  un día de tormenta me robó el alma.