No
pude evitar detenerme ante el espejo, observé mi rostro, las pequeñas
arrugas que el tiempo, sin apenas darme cuenta, se había encargado de
colocar. Me giré y vi que mi figura ya no era como hacía unos años. Y de
nuevo, observé mis ojos y recordé otro tiempo, junto con otros
momentos más felices. Mi imagen sonrió e hizo que las pequeñas arrugas
de la comisura de la boca fueran más marcadas. Durante unos instantes,
no vi a la mujer madura en la que me había convertido, sino a la niña de
diez años que había cogido los zapatos de tacón y aquel pintalabios
rojo que mamá sólo usaba los domingos.