—¡Eres mía!
Adele se despertó sobresaltada. Tenía de nuevo aquel
sueño, desde hacía dos semanas soñaba lo mismo. Un lugar en el desierto y un
hombre a quien no podía ver el rostro le decía esas palabras. Pensó que su
imaginación le gastaba una pesada broma de mal gusto. Tenía miedo de cerrar los
ojos y dormir, sentía que cuando lo hiciera se transportaría otra vez a ese
lugar de una manera muy real. Esa noche tomó un par de pastillas para dormir,
pero eso no evitó que soñara con ese hombre.
—¡Eres para mí! El desierto será testigo de mis
palabras...
—Yo pertenezco al Templo de Istar.
Él agarró a la mujer por los brazos con fuerza,
Adele sintió el dolor y su odio.
—¡Jamás volverás allí!
Unas gotas de sangre se deslizaron por la comisura
de los labios de la mujer. Adele sintió el puñal en su estómago, era tan real
que gritó para despertarse. Se agitó con violencia, pero el dolor resultaba
insoportable y le atravesaba las entrañas. Sus gritos hicieron acudir a su compañera
de piso a su habitación.
—¡Adele! ¡Dios!—gritó su amiga al ver la ropa de la
cama manchada de sangre.
Dos días más tarde, el informe de la autopsia establecía
que Adele había muerto desangrada, por lo que parecía una herida de arma blanca.