jueves, 3 de mayo de 2012

EL TIPO DEL PSIQUIÁTRICO VI





Los suicidas siempre escondían notas en los cajones, debajo de las almohadas y en el fondo del armario, Martínez empezaría por ahí. Aunque en esta ocasión había perdido casi toda la tarde y no había encontrado nada, sin embargo, el destino o la suerte siempre jugaban a su manera, y esta vez le permitieron ganar. Se sentó en la butaca que estaba al lado de la ventana, desde allí observaba el resto de la urbanización. Una vecina sacó la basura escoltada por un pequeño y molesto perro pekinés, un crío en bicicleta se entretenía en lanzar chapas a diestro y siniestro mientras recorría la calle a toda velocidad. Martínez miró a su alrededor y descubrió que Andrés poseía una buena colección de revistas sobre automovilismo, así que decidió echar un vistazo a algunas mientras fumaba el último cigarrillo de la tarde. El médico le había dicho un par de veces que lo dejara, pero “¡qué cabrón! Él era médico y fumaba tres cajetillas, una y media más que él”. Necesitaba relajarse antes de enfrentarse con la viuda o peor aún con la hermana. La pelirroja le había gustado para qué negarlo, hacía más de dos meses que no salía con ninguna mujer. No podía involucrarse con nadie de ese caso. Para olvidar a la pelirroja abrió una revista, en su interior encontró una fotografía, al principio parecía antigua, quizás de los años cincuenta.  La mujer de la fotografía era rubia, tendría unos veinte o veintidós años, era guapa y aparecía con una sonrisa enigmática que la cámara había atrapado para siempre.
El detective dejó la habitación y con la fotografía en la mano se dirigió al comedor.
—¿Ha encontrado algo?—le preguntó la pelirroja que le esperaba al final de la escalera fumando un cigarrillo.
—Esta fotografía —el olor a violetas inundó la nariz de Martínez—. ¿Sabe quién puede ser? 
La mujer mostró en sus labios una rigidez casi invisible que no pasó inadvertida para el inspector.
—No la conozco de nada —aseguró y desvió los ojos del policía.
—¿Su hermana ha despertado? —preguntó Martínez y tuvo la corazonada de que la mujer con olor a violetas quería impedir que hablara con la viuda.
—No, aún no. El médico nos ha dicho que dormirá durante varias horas.
—Cuando despierte me gustaría hablar con ella.
—Por supuesto, yo se lo diré.
—De todos modos, aquí tiene mi tarjeta. 
—Muchas gracias.
—Es mi trabajo —contestó el detective.
Martínez advirtió cómo la mujer parecía aliviada cuando se encaminó a la puerta. Sin embargo, él no pudo resistir preguntarle.
—No me ha dicho su nombre —Martínez esperó su respuesta.
Ella dudó unos segundos antes de contestar.
Mara.
Martínez salió de aquella casa y de esa urbanización con una sonrisa entre dientes. La pelirroja se llamaba Mara, pensó que era un buen nombre para una pelirroja con olor a violetas.