sábado, 5 de mayo de 2012

Sherlock Holmes y la lata de té



Watson no soportaba el sonido del violín cuando Holmes estaba aburrido. Ambos necesitaban un caso, pero Sherlock más que él o pronto el Stradivarius quedaría destrozado. Watson dejó el libro sobre la mesa al oír el timbre de la puerta. El violín también detuvo su lastimera melodía. 
—Un tipo grande y al menos calza un cuarenta y seis o no rozaría la alfombra al subir por las escaleras —dijo Holmes.
Watson estaba acostumbrado a sus deducciones así que no se sorprendió aunque como siempre llevaba razón. Un hombre grande, de aspecto bonachón que no hacía mucho había estado en las colonias por su tez morena, entró fatigado por el ascenso hasta la primera planta. 
—¿Sr. Holmes? —preguntó sin saber quiénes de los dos era el famoso detective.
—Yo soy Holmes —dijo Sherlock y se sentó en uno de los sofás sin extender la mano— Él es el doctor Watson. ¿Y usted?
El hombre pareció ofendido por la falta de amabilidad, pero guardó silencio y se sentó donde Watson le indicó. 
—Me llamo Robert Doyle —el hombre parecía indeciso y agarró su sombrero con fuerza.
—¿En qué podemos ayudarle? —intervino Watson ya que Holmes no estaba dispuesto a colaborar en esta ocasión.
—Bien —dijo—. No sé por dónde empezar.
—Quizá por el principio sería lo más conveniente —puntualizó Holmes y el rostro de Doyle se enrojeció aún más.
—Hace algunos años viajé a las colonias, durante mucho tiempo quise hacer ese viaje y un día decidí hacerlo. Vendí todo lo que tenía y alquilé a muy bajo precio mi casa a un pariente, un primo lejano, él viviría en ella hasta que regresara. Sin embargo, poseía una lata de té, para mí era mucho más que té, dentro había una perla. Por miedo a que me la robaran en el viaje se la entregué a un amigo o al menos eso creía hasta que al volver le pedí mi lata de té. Él me la devolvió, pero al abrirla descubrí que la perla ya no estaba. Aunque el precinto permanecía intacto. 
—¿Cómo sabe qué no era su lata de té? —preguntó Watson.
—Watson deje que el Sr.Doyle termine con su relato —intervino Holmes.
Watson asintió y Doyle continuó.
—No pude demostrar que esa no era mi lata y por supuesto que me había robado la perla. Incluso el magistrado que llevó mi caso parecía no creerme ya que no contaba con ningún testigo a mi favor. 
Holmes se puso de pie y paseó en silencio unos instantes en la habitación, mientras el doctor y el Sr.Doyle lo miraban sin pronunciar una palabra.
—Bien, aceptamos su caso —dijo Holmes.
Cuando Doyle se marchó Sherlock se dirigió a su habitación. Watson sabía que algo tramaba, una hora más tarde Holmes salió del dormitorio disfrazado de párroco y se dirigió a casa del vecino. Recorrió las calles y antes de llegar, conversó de la suerte del Sr. Doyle con unas feligresas a la puerta de la iglesia. Las mujeres decían que el magistrado era demasiado tonto, con hacer un buen té averiguaría que ese no podía ser el té del Sr.Doyle. Cualquier inglés que se preciara de serlo sabría que eso era imposible. Sherlock regresó a su casa y condujo a la policía hasta el vecino que había timado al Sr.Doyle. Un té no duraba tanto tiempo en buen estado, así que eso demostraba que había robado y cambiado el contenido de la lata. Al final, el vecino confesó su robo y fue obligado a que le devolviera la perla y pagara una multa, además de ser encarcelado. A partir de entonces el magistrado sería llamado "The tea" mote que nunca terminó gustándole y Holmes resolvió el caso más simple y fácil de toda su carrera, aunque aún no ha averiguado que tipo de té contenía la lata del Sr.Doyle.