viernes, 22 de marzo de 2013

El cantar del lobo XI



Adele había pelado todos los sacos de patatas, otros tantos de zanahorias y ahora le tocaba el turno a uno de rábanos. Había dejado de escuchar los aullidos de Sombra, el animal habría regresado al bosque para alimentarse. Se restregó la frente para quitarse el sudor, la cocina estaba demasiado caliente a causa de los fogones y varios hornos que no dejaban de funcionar. Su estómago emitió un maullido estridente. Hacía dos días que no había probado bocado y los olores de la cocina le provocaban salivar en exceso. Tenía hambre, mucha hambre y si no comía pronto sería capaz de morder una de las patatas que había pelado.

¡Chicas! gritó la cocinera.
Todas dejaron sus tareas y se dirigieron obedientes al lugar dónde se encontraba la cocinera. Una de las chicas, una pelirroja a la que le faltaban varios dientes, le entregó un cuenco desgastado de madera y una cuchara de palo negruzca por el uso. La cocinera, la señora Ticken, echó a cada chica dos cucharones de un guiso que olía a especias. Cada  una de las sirvientas buscó un lugar en la cocina para sentarse a comer. No disponían de mucho tiempo, así que todas comieron deprisa. Adele engullía su comida sin masticar, pero el ruido de unos pasos la alertó. Rápido se escondió en la despensa dónde la señora Ticken guardaba los sacos de harina. El capitán Kendrick provocó comentarios y risitas entre las chicas, pero la señora Ticken se acercó al joven soldado con el rostro enojado.
Capitán Kendrick –dijo la mujer, todos en el castillo conocían al joven capitán que había traído al difunto rey Sirkan.
Señora Ticken, quisiera hablar con la joven que esta mañana me sirvió el desayuno.
¿Algo no fue de su agrado?
No… yo… Kendrick carraspeó consciente de las miradas del resto de servicio, así que con un orgullo infantil ordenó. Señora Ticken, quiero hablar con esa chica, ahora.
Claro –respondió la cocinera sin evitar que una ceja se elevara de forma recriminatoria. ¡Sara!
Adele sólo disponía de su puñal para defenderse, así que salió de su escondite, sujetaba el arma y la ocultaba a su espalda. El capitán la reconoció enseguida, pero no dijo nada, la agarró del brazo y la condujo fuera de la cocina hasta las caballerizas. A esa hora todo el mundo estaba más interesado en comer. 
El Consejo ha ordenado que te encontremos.
¿Quiénes deben hacerlo?
Arrow y yo. No dispongo de mucho tiempo, permanece aquí todo lo que puedas, después, intentaré ayudarte. 
¿Por qué haces todo esto? ¿Qué ganas ayudándome?
Aún nada. 
Lo que quieras pedirme deberás hacerlo ahora, después nada te agradeceré, así que haz tu petición.
No creo que te encuentres en condiciones de concederme nada, ahora ni nunca.
Yo no estaría tan seguro –Adele apuntó a la barbilla del capitán con su puñal. Creo que deberías considerar la petición.
Kendrick aún no la había soltado y le sonrío, pero ambos escucharon cómo Arrow llamaba a su primo y un caballo se acercaba, así que el capitán la empujó sobre el heno y la cubrió con su cuerpo. Aunque Adele no dejaba de amenazarle con la daga, Kendrick apostaría su vida a que no la usaría.
¡Maldita sea, primo! Deja de retozar, tenemos una misión y aunque esa zorra tenga unas buenas piernas ya disfrutarás de ella más tarde. 
¡Enseguida primo! –Kendrick acercó aún más su rostro a Adele, quién lo miraba enfurecida y le dijo–: No salgas de aquí, espera a que regrese.
¿Tu precio?
Te lo diré cuándo vuelva.
Y, ¿si no vuelves?
Entonces, estaremos en paz.
Kendrick se levantó y dejó a Adele. Unos segundos más tarde, ella se puso en pie y se quitó con furia las hebras de heno que se habían pegado a su vestido. Cuando entró de nuevo en la cocina, la señora Ticken la miró en silencio, luego le ofreció una taza de té caliente.
Todos los hombres son iguales, quieren lo que esconden nuestra ropa, todo menos nuestro corazón.
Adele no pensaba lo mismo, el capitán Kendrick quería algo más que su cuerpo y su corazón, la cuestión era saber el qué.