jueves, 9 de enero de 2014

El cantar del lobo XX



     Lord McGregor miró con desconfianza al joven rey. Su humor cambiante y caprichoso lo desconcertaba. 
        –Mi rey, debo hablaros de un asunto de estado. –Lord McGregor se inclinó.
    El rey le hizo un gesto para que se sentara y acompañara en el desayuno. El viejo lord observó un par de arañazos en su rostro, no quería imaginar qué le había pasado a la chica de la señora Freiser.

     –¡Oh! Vuestra doncella no comprendió ciertas labores propias de su condición –le dijo al advertir cómo se había fijado en los arañazos. Sus palabras enfurecieron a McGregor, pero el viejo lord mostró una sonrisa forzada de asentimiento y guardó silencio–. ¿Qué queréis decirme? No dispongo de tiempo y antes de marcharme, me gustaría conocer vuestras tierras. Sobre todo la franja de territorio que da al mar.
   Lord McGregor adivinó sus intenciones, quería averiguar todo lo que pudiera de sus tierras. De esa forma, en un futuro ataque contaría con información de primera mano, pero no podía negarse. 
   –Por supuesto, mi rey, seré muy breve –argumentó McGregor–. Alteza, es conocido por todos que en breve había barajado la posibilidad de contraer nupcias.
       –Amigo mío –le interrumpió el joven–. ¿No estará sugiriéndome a una novia en concreto? Una novia con fama de bruja.
   Los ojos de McGregor brillaron con intensidad. Requería de toda su voluntad para no desenvainar la espada, pero sabía que eso le costaría la vida, sus tierras y con posibilidad una guerra. Así que con una leve sonrisa asintió.
       –Es una joven de cualidades excepcionales. Entre ellas  algunas que con seguridad vuestra majestad podría utilizar en su propio beneficio.
     –Claro, claro. –Treim se metió un trozo grasiento de pollo en la boca–. Follarme a una bruja puede ser algo más  que una cuestión de estado. 
McGregor tensó su labio inferior ante aquel insulto, pero era un hombre capaz de controlar su ira y en vez de estampar el rostro de aquel bastardo en el plato de comida, contestó con voz pausada.
        —Follarse a una bruja, mi rey, le reportaría el hecho de conocer el futuro y ganar un reino. Un precio demasiado pequeño para un premio en los que otros ya han reparado.
     —¿Quiénes? –preguntó intrigado el rey. Lord McGregor esbozó una leve sonrisa de satisfacción. Aquel hijo de perra había mordido el anzuelo. Así que jugaría sus cartas.
       —Mi rey, algunos son enemigos vuestros. 
     —Si el imbécil de mi hermano ha intentado –interrumpió y trinchó el muslo de pollo con tal agresividad que la carne rodó fuera del plato—, ganarme esta partida, os aseguro viejo que ninguno de los dos me vencerá.
     —Mi rey, vos ostentáis el título, pero vuestro hermano… –Lord McGregor guardó un minuto de silencio para dar más emoción a sus palabras.
      —¡Hablad!
   —Si la joven le conoce antes que a vos, sin existir un compromiso en firme, quizá la balanza giré a favor de vuestro hermano. 
     —Entonces, haremos que eso no ocurra ¿verdad viejo amigo?
     —Desde luego, mi rey. 
    Lord McGregor se inclinó de nuevo y salió de la estancia. Había utilizado la envidia de Treim contra su hermano, pero si se enteraba de que todo había sido una treta su vida no valdría nada y la de la princesa Adele tampoco.