sábado, 14 de junio de 2014

El cantar del lobo XXIV



Kendrick no dejaba de pensar en el dolor que había visto reflejado en los ojos de Adele. Su mirada de sufrimiento había creado una barrera que a ambos les sería muy difícil de superar. Habían pasado dos meses desde aquel fatídico día en el que Sombra había muerto. Aún intentaba averiguar la implicación de su primo en el asesinato del lobo. Pero, pese a todas sus pesquisas e indagaciones nadie había visto ni oído nada. Las últimas noticias de Arrow lo desconcertaban.
Nunca hubiera imaginado que su primo ingresara en un monasterio para convertirse en monje. Quizá, al verse despojado de su título y de sus tierras le había llevado a emprender el camino del poder a través de la Iglesia. De todos era sabido que podía hacerse una buena carrera hasta Roma. Arrow era ambicioso, carecía de escrúpulos y era lo bastante atractivo para contentar a la gente adecuada en su propio beneficio. Kendrick lo envidiaba, de buena gana le hubiera devuelto su título, pero sabía que no era lo correcto. No, para todos los hombres y mujeres que habían puesto su confianza en él para que las tierras de Arrow florecieran de nuevo. Pronto, debería presentarse ante ella, la coronación se celebraría en una semana. Hubiera dado cualquier cosa por no hacerlo. Pero, él era el nuevo lord Arrow y su obligación para su casa era inexcusable.
–Señor –El sastre le miraba desde el suelo en el que permanecía arrodillado con varios alfileres y agujas a su alrededor–, creo que ya hemos terminado. ¡Estará magnífico con esta ropa!
Kendrick odiaba esos ropajes pomposos que apenas le dejaba respirar y, menos aún, defenderse si fuera necesario. Se obligó a sonreír y recordar que no asistiría a una batalla sino a una coronación.
–Gracias, maestre Ilman. –El hombre intentó ponerse en pie, pero sus muchos años le impedían hacerlo con facilidad, Kendrick le tendió la mano y añadió para alegría del maestre–: Seguro que causa sensación en la corte.
–Seguro, milord. –El hombre guiñó un ojo al joven–. Aunque espero que sobre todo lo haga con las damas.
–Yo también, maestro Ilman, yo también. –Kendrick pensaba en una en concreto.
Así que una semana más tarde, gracias a sus títulos y tierras estaba sentado en uno de los bancos más cercanos al sillón real de la gran catedral. Para la ocasión, la habían decorado con multitud de flores blancas. Pendones de terciopelo bordados en hilo de oro caían hacia el suelo con los emblemas de la casa de Agua Grises. Kendrick se pasó la mano por el cuello de su jubón. Desde que había llegado al castillo se sentía como un trozo de pollo asado ante varios hombres hambrientos. En esta ocasión, él era el pollo y los hombres, varias damas casaderas que junto a sus madres no dejaban de rondarle. Esperaba deshacerse de ellas una vez hubiera concluido todo aquel espectáculo. De pronto, cuatro jóvenes ataviados con jubones azules alzaron las trompetas de honores y todas sonaron a la vez. Los presentes se arrodillaron en señal de respeto a la espera de que la futura reina entrara en la catedral. Entonces, la vio, su pelo negro había sido adornado con flores blancas. Había escogido un vestido rojo revestido con perlas en forma de lágrimas. No era el mejor color para una coronación, ni tampoco las perlas eran lo más acertado y varias voces susurraron que era más bien una provocación. El color de la sangre no era un buen auspicio para empezar un reinado. Adele subió las escaleras con una pétrea dignidad. Su rostro parecía cincelado en mármol. Kendrick alzó los ojos un instante para mirarla. Ella también fijó los suyos en él y fue como si la joven le lanzara varias dagas al pecho. Agachó la cabeza consciente de que se había ganado una poderosa enemiga. Esa mujer pedía a gritos su muerte, quizá después de todo, el destino le obligaría a cumplir una antigua promesa: matar a una reina.