sábado, 27 de octubre de 2012

El cantar del lobo IV




Kendrick despertó sobresaltado y se incorporó para recuperar sus armas, pero una mano en el pecho le impidió hacerlo. Un anciano le empujaba con suavidad para que se recostara de nuevo. Kendrick obedeció, su cuerpo necesitaba descanso y reponerse de la cruenta batalla en la que había participado. Todos sus hombres habían muerto o yacían heridos a merced de las hordas enemigas. Algunos de ellos habían combatido junto a él en otras batallas, sin embargo, los había abandonado para enterrar el cuerpo de un rey y cumplir una promesa. El viejo pronunció unas palabras que él no entendió y, el sueño apareció con más fuerza, sus recuerdos se borraron tras una espesa niebla y la nada más absoluta invadió su mente. Entonces, el anciano salió de la habitación. El joven dormiría un par de horas, en sus sueños había presenciado la última voluntad de Sirkan. Podría haber matado al capitán, pero quizá el destino, caprichoso como era, esperaba algo más de ese joven. Así que él no intervendría. Esa noche, el castillo recordaría al viejo rey y, a la mañana siguiente, se celebraría la coronación de un nuevo rey.
Mientras, Fiodo, el joven heredero, lloraba en su habitación y llamaba a su hermana Adele con desesperación. Reim lo observaba disgustado, él había sido uno de los hombres de confianza del rey Sirkan y, no le agradaba ser la niñera de ese futuro mocoso rey. Pensaba que una vez el chico fuera coronado el reino caería en manos de todos aquellos lores ambiciosos y lo llevarían a la destrucción. Pero, intentó consolar al muchacho de apenas diez años, que no dejaba de limpiarse los mocos en su ropa.
—Mi señor, debe dejar de llorar, mañana será nombrado rey.
—¿Tú crees? –le respondió el muchacho y se limpió de nuevo las lágrimas con la manga de su camisola de dormir.
—Por supuesto.
—No creo que llegue a ser rey –dijo el joven con miedo en los ojos.
—Alteza, ¿por qué dice eso? –preguntó Reim con sorpresa.
—Ellos me matarán esta noche.
—¿Quiénes?
—Los enemigos de mi padre –contestó y caminó por la habitación descalzo y nervioso— No imagines que soy tan estúpido, sé cómo desean la corona y alguno de ellos no parará hasta hacerse con ella.
—Nadie le hará daño esta noche ni ninguna otra –le aseguró Reim y golpeó su coraza con el puño de la mano en señal de promesa.
—No estés tan seguro –contestó el niño y otra vez las lágrimas aparecieron en su rostro.
Mientras tanto, Adele acudió a la llamada del lobo. Atravesó el castillo muy despacio atenta a los gritos y palabras soeces de los lores y soldados de su padre. El gruñido del lobo era más intenso conforme se acercaba a él. De pronto, una figura encorvada surgió de la oscuridad.
—Adele –dijo el viejo.
—Maestro Duncan –contestó la joven e intentó controlar el miedo que aquel hombre le provocaba.
—Cuanto tiempo… —Adele lo interrumpió antes de que terminara la frase.
—No el suficiente.
—Es verdad, mi joven señora, no el suficiente para la venganza.
—Nunca es tarde para eso –Adele desenvainó su daga.
—No avisaré a la guardia, si eso es lo que os preocupa.
La joven guardó el arma en su cinturón e inclinó la cabeza en señal de agradecimiento, aunque se preguntaba por qué el Maestro Duncan no la traicionaba. De todos modos, no disponía de tiempo para pensar en las maquiavélicas ideas de aquel viejo brujo. Empezó a caminar cuando el anciano la retuvo con sus palabras.
—Un hombre, dos lobos y una espada. 
—¿Qué significa eso?
—Mi joven señora, muy pronto lo averiguarás –Duncan inclinó la cabeza como antes había hecho ella y se desvaneció en la oscuridad de las paredes del castillo.