lunes, 1 de abril de 2013

Quien pisa primero...




Los acantilados al fondo presagiaban el peor de los desenlaces. El barco se estrellaría esa misma noche. Durante más de dos horas los hombres aguardaron en la playa como aves rapaces a que la mar empujara el navío contra las rocas. Lo que la mar escupía a tierra era de quien se lo encontrara. Una ley sagrada en esas costas.
Ni siquiera las autoridades se atrevían a aparecer cuando los hombres de Olson, el antiguo estibador portuario o Tomas un contrabandista retirado hacían acto de presencia. Olson poseía un instinto estremecedor, sabía cuándo, cómo y dónde un barco naufragaría. En cambio, Tomas conocía cada bulto, paquete o mercancía que el barco siniestrado de turno contenía en sus bodegas. Ambos hombres eran competidores, de ellos dependían diez familias y a veces las ganancias no eran siempre suficientes. La mar se comportaba como una mujer caprichosa. Si ese día era generosa podía concederte un millar de prendas, pero si esa noche estaba huraña escondería en el fondo la mejor de las mercancías. Ambos jefes esperaban ansiosos ese instante en que el barco se estrellara contra aquellas agujas rocosas. Los dos en una carrera silenciosa subieron a sus barcas y empezaron a adentrarse en unas olas embravecidas por una irrefrenable tormenta. Olson consiguió llegar en primer lugar, el ascenso le resultó agotador, el barco se sostenía milagrosamente a una de las paredes rocosas, sabía que disponía de menos de media hora antes de que el océano cobrase su peaje. Así que bajó corriendo hasta la bodega, el Black Sea tenía fama de que contrabandeaba con tabaco y alcohol. De algo estaba seguro, Tomas no estaría allí si el premio no fuera suculento. Deseaba de una vez encontrar un buen botín con el que retirarse. Tomas no tardaría en bajar, así que buscó con ahínco la tan apreciada mercancía. Encontró unos sacos que habían rotulado como Tabaco, pero al abrirlos Olson encontró solo arena. Todo había desaparecido, alguien se les había adelantado, pero ignoraba cómo lo habían hecho. Se dijo colérico que había un ladrón entre sus filas, y cuando lo pillara lo despellejaría vivo. El barco emitió un crujido capaz de paralizar a un hombre menos curtido que Olson y, éste con una fría tranquilidad supo que era el momento de salir de allí o terminaría con sus huesos en el fondo del arrecife. Cuando subía las escaleras Tomas le tendió la mano y ambos hombres subieron a proa. 
–Viejo zorro, veo que no has encontrado nada –Tomas le miró con una sonrisa satisfecha.
–¿No tendrás algo que ver en la desaparición de mi mercancía?
–¿Tu mercancía? –Tomas alzó una ceja ante la desfachatez de aquel viejo lobo de mar.
–Yo he pisado el barco primero, y ya sabes nuestra ley, quien pisa primero…
–Es el propietario de lo que encuentra –terminó la frase Tomas–.Pero, esta vez no hemos sido ni tú ni yo. Creo que tenemos un ladrón entre nuestros hombres.
–¡Mío no será! –exclamó Olson–. Las serpientes siempre han sido cosa tuya.
El barco se zarandeó con brusquedad y ambos marinos comenzaron a caminar hacia sus barcas, dónde los esperaban sus hombres. 
–Si atrapo a ese bastardo –amenazó Tomas–, que con seguridad es de los tuyos, te juro que no volverás a verle.
–Si es de los tuyos dalo por muerto.
Ambos empezaron a remar, un estrepitoso ruido anunció que el Black Sea se había hundido. Una blanca espuma surgió en su lugar, los dos marinos no dejaban de pensar en quién había realizado el robo. Al llegar a la orilla sometieron a sus hombres a un interrogatorio no exento de algún que otro golpe y obligaron a espiarse mutuamente para averiguar quién era el ladrón. Pero, ni uno ni otro consiguieron descubrir quién había robado la mercancía del Black Sea. Salvo la mar que una noche de enero se tragó de un sorbo la respuesta. La mar y dos aduaneros de la costa sur del Pacífico, cansados de sus exiguos salarios y extensos horarios laborales decidieron jubilarse de una vez para siempre. El capitán del Black Sea tenía fama de hombre que no menospreciaba un buen trago de ron o cualquier otra bebida que un amigo o incluso enemigo quisiera pagarle. Los aduaneros emborracharon al capitán, y en colaboración con el primer oficial  sustituyeron la mercancía por sacos de arena. Cómo nuestro espabilado primer oficial, el borracho del capitán y los dos ambiciosos aduaneros conocieron al estibador Olson y al contrabandista Tomas esa… esa es otra historia.